11/3/10

De dioses y víctimas (y II)

Es, en principio, desconcertante, al menos a mí me lo parece, el episodio en que Abraham, cumpliendo órdenes de Dios, se dispone a sacrificar a su hijo Isaac, para, momentos antes de ejecutar el mandato, Dios, por medio de la voz de un ángel, detener a Abraham, ordenándole lo contrario: que no mate a su hijo. (Gén, 22, 1-12).
       Ya se que el mandato divino, según el propio texto dice, es para probar a Abraham en su obediencia, pero ¿qué necesidad tenía Yavé, el Omnisapiente, de probar lo que no podía sino saber? Pero hay que tener en cuenta que, precisamente, el autor de los libros sagrados está inspirado por Dios; podríamos decir: es Dios quien mueve la mano del autor, con lo que bien podría ocurrir que lo hiciera en Su interés.
       Si esto fuera así, cabría otra interpretación del episodio: sería una estratagema de Dios para engañar(nos) haciéndonos creer que Él no reclama sacrificios humanos. Porque, ¿hubo, quizás, una conversación entre Dios y Abraham anterior a la orden del sacrificio —el libro no nos dice nada— en la que Abraham Le reprochara la identidad que había entre Él y los demás dioses de la época, quienes reclamaban holocaustos humanos? Y para eso, para mostrarle que Él no era como los demás, le impide el sacrificio.
       Y, sin embargo, quizás otra cosa no, pero si la historia humana se distingue por algo es por el chorreo de sangre y vidas, en nombre de diferentes advocaciones de Dios: la Patria, por ejemplo. O el Dinero, dios dominante actual.

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