26/1/10

¡Música, maestro!

Música para todos los públicos y por todas partes, "de fondo" o ambiental (¿música placenta?) o a toda pastilla, tanto da: en los bares (con la inevitable televisión y las no menos inevitables tragaperras —sin estos dos instrumentos probablemente los bares se arruinarían—: ¿decía usted algo de la contaminación por humo del tabaco? ¿algo que decir de la "contaminación acústica", que le llaman, en estos locales?); en los lavabos de los bares; en los autobuses y, ¡¿cómo no!?, en el metro; en los ascensores; en las salas de espera; en la peluquería; en el coche del descerebrado con la música atronando (una simbiosis perfecta la del coche con la tachunda musical); en el coche de amigos y familiares —en cuanto se montan—; en la playa —a poco concurrida que esté, siempre tiene que haber algún simpático macarra con la musiquita o se oirá desde algún chiringuito no necesariamente cercano. Y si no, podrá usted disfrutar del agradable pedorreo de las motos acuáticas. La no menos agradable melodía de las terrestres, a poco cerca que quede el paseo marítimo, también le llegará—; al teléfono, mientras esperamos a que nos atienda "uno de nuestros operadores". En fin, la lista de sitios con música sería interminable: no queda prácticamente rincón ninguno en que se pueda estar sin ella.
         Pero lo que me faltaba por ver o, mejor dicho, por oír: en la ventanilla del banco. Hace unos días acudí a uno y el tipo de la caja tenía la música de un aparato de radio, que seguramente se habría llevado de su casa. No le dije nada porque no soy cliente y la visita era, por tanto, ocasional.
         A qué viene esta batahola universal se me ocurre que se debe al inmenso aburrimiento social (¿horror al vacío?), aburrimiento de magnitud comparable y paralelo a la industria del llamado "ocio" o "tiempo libre".
         Es la música como líquido amniótico; conservante social; perejil de todas las salsas; costra de todos los ruidos; manta que tapa el inmenso aburrimiento de fitures y demás; desodorante que disimula, a la par que incrementa, los malos olores.
         ¡¡¡Siiist...!!!

19/1/10

La defensora del espectador de TVE no contesta

No obstante el creciente aborrecimiento de la televisión he seguido con la costumbre de grabar películas. Grabadas consigo dos cosas: verlas cuando se me tercie y saltarme la publicidad.
         En lo que se refiere a la TVE en concreto, como se sabe y se han encargado de propalar, se han suprimido los anuncios... (bueno, casi todos, porque ahora se dedican a anunciar los productos de la casa), a costa de una mayor financiación por medio de los impuestos. Yo, que detesto la publicidad, prefería ésta a que se sostengan los productos televisivos con el dinero de todos, por mucho que se les llene la boca con lo de la "televisión pública": ésta produce las mismas chorradas que las privadas, así es que quien esté dispuesto a sentarse ante la televisión, que trague publicidad.
         Pero en realidad, a donde quería ir a parar es a que a pesar de la supresión de la publicidad, en sentido estricto, la TVE sigue con la aberrante práctica de suprimir los títulos de crédito al final de la película. En efecto, cuando está usted tan tranquilo oyendo la última música e identificando a los actores de cada personaje... ¡zas!, el encargado de la cosa corta por lo sano (¡así se le quedara pegada la manita al botón!). Una práctica, además de infame, absurda porque la película dura lo que dura y el final también es película.
         Y aquí es donde aparece la defensora del espectador o, mejor dicho, no aparece, porque después de quejarme a la cadena de la práctica que considero un atropello (lo hice con ocasión de una película que cortaron del modo dicho en un programa dedicado al cine, para más inri), y sin que me contestaran, me dirigí a la defensora, quien tampoco me contestó. ¿Marca de la casa?

15/1/10

Haitiada

De vez en cuando surge la clásica cuestión de la explicación del mal, cuestión que se suele plantear astutamente (¿?) como para poner en entredicho la existencia de Dios. Algo como: "Si Dios existe, ¿por qué consiente... ?" En esta ocasión ha sido como consecuencia de la catástrofe en Haití ("el país más pobre de América", dicen con orgullo los audaces reporteros), y el encargado de plantearla, al menos por estos pagos, de meterle los dedos en la boca al entrevistado, ha sido, según he entendido, un parla del arradio, y el encargado de responderla, un obispo.
         La Iglesia (católica, por supuesto, y no se si las religiones en general), que tiene respuesta para todo (incluso para el "sentido de la vida". Pero "Life is a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing", Macbeth), suele dar la de que el mal trae causa del pecado.
         Pero en este caso concreto, al obispo en cuestión, esa respuesta de manual, de doctrina, le ha debido de parecer que sería —y lo hubiera sido— convertir a las víctimas en culpables, algo tan escandaloso que optó por salirse por la tangente y contestar con los romanos cuando le preguntaron por los griegos, alegando que hay males mayores, sea cual sea el contexto que haya querido luego fabricar para justificar su metedura de pata.
         Por otra parte, la cuestión así planteada, por mucho que crean los que lo hacen que meten a la Iglesia en un aprieto, es una ingenuidad, porque la cuestión fuerte no es si Dios existe (pues muy bien, pues que exista), sino si, existiendo, es bueno. Y mientras a la religión le planteen la cuestión de la existencia, se sentirá más bien cómoda, no tanto como si se pretende poner en entredicho la bondad divina.

Artículo relacionado:
Escarnio a las víctimas

13/1/10

Yo antes veía la sierra nevada

Cuando me doy una caminata por la ciudad suelo hacerlo siempre por las mismas calles. En el recorrido, una de estas es la avenida de la Libertad, en el tramo avenida de los Castillos-calle de los Lirios —para quien no conozca Alcorcón, dirección sur-norte, más o menos—, dejando a la izquierda el parque de los Castillos.
         Al pasar por el sitio rara era la vez en que no miraba en dirección oeste —más o menos, también—, cruzando el parque con la mirada hasta dar, allá a lo lejos, con la sierra (supongo, aunque no estoy seguro, que se trata de las últimas estribaciones occidentales de la sierra de Guadarrama). En invierno, en días claros, me gustaba verla nevada... hasta hace unos meses en que es imposible ver, desde esa avenida, la sierra y hasta el parque: se interpone una obra, la del CREAA.
         Quienes viven en Alcorcón saben que es un centro multicultural (Centro de Creación de las Artes de Alcorcón, ¡¡¡oooh!!!) que el Ayuntamiento se empeñó en hacer en el susodicho parque y que consta de varios edificios-mazacotes que, por lo visto, acogerán sala de exposiciones, circo y no se qué otras monadas culturales.
         Y es que, tratándose de cultura, que tan buena prensa tiene y tan ortodoxo resulta —"políticamente correcto", dicen ahora—, parece que las administraciones (color político aparte) no reparan en gastos.
         Y digo lo de "color político aparte" porque en las manifestaciones en contra del Creaa (yo creo que todos los alcorconeros hemos aprendido el nombre, lo cual habría que anotarlo como un éxito del Ayuntamiento) había partidos de la oposición que aceptaban el centro en otra parte..., pero lo aceptaban: ¡a ver si nos íbamos a creer que estaban en contra de la cultura!

8/1/10

El "tiempo libre"

De mi corresponsal en Rágulon, H. M.

«Pensaréis, terrícolas que leáis esto, que mucho tiempo libre debo de tener para dedicarme a dirigiros estas misivas. Y no, no lo tengo... vamos, ni lo tengo ni lo dejo de tener, porque ese concepto, 'tiempo libre', u 'ocio', como también decís, pertenece a la Tierra —o al menos a eso que ineptamente llamáis "mundo desarrollado"—. Es un concepto inventado por oposición al de 'trabajo', y, por tanto, su equivalente y con el que forma pareja.             Se puede decir que en Rágulon no hay "tiempo libre" —o no hay un tiempo libre trabajoso, como el vuestro— porque aquí no hay "trabajo" propiamente dicho, porque aquí no se trabaja. Y a la vicecontra. Aquí no rigen calendarios, con sus fiestas previstas, ni cómputo ninguno de tiempo ni de años, lo cual conlleva, entre otros muchos beneficios, el de no tener que celebrar nada. Imaginaos: ni puentes, ni fines de semana, ni constituciones, ni inmaculadas, ni solsticios de invierno o navidades, ¡NI FINES NI PRINCIPIOS DE AÑO!
            Ya os oigo refunfuñar —conformes con el sistema como sois— que "¡vaya un aburrimiento!", concepto éste a su vez —también típicamente terrícola— que es consecuencia de la medida del tiempo, y que también forma pareja con el de 'diversión', con que vosotros tratáis de llenar el "tiempo libre" que el trabajo propiamente dicho os deja.»

Fin de la transcripción.

7/1/10

Gracias

A veces la necedad de muchos le puede a uno proporcionar una alegría. En efecto, eso es lo que me he llevado al enterarme de que la Hacienda Pública se va a ahorrar repartir unos 106 millones del último sorteo de lotería —dinero que, de una forma o de otra, se supone que nos ahorraremos entre todos— al no haber sido vendido, sino en una mínima parte, el número del primer premio.
        La razón de esto ha sido que el despacho de lotería al que habían consignado el número lo devolvió por falta de venta al ser un número "feo".
        ¡Ojalá que esta estupidez, entre otras, de números feos y bonitos, tan común en muchos aficionados a la lotería, nos siga dando premios a quienes no jugamos!

4/1/10

¿Y si no regaláramos?

De mi corresponsal en Rágulon, H. M.

«A través de la distancia entre nuestros planetas, me llegan ecos de las fechas de vuestro calendario —aparte de que alguna memoria me debe de quedar de mi época terrícola— y me entero de que estáis en pleno furor de regalos: abarrotando tiendas e hiperalmacenes.
        Pues bien, lo que os quería decir es que ¡¡¡no regaléis!!! Así, como suena: ¡no hagáis regalos, por Dios! ¿Que eso os puede costar muy caro en lo que se refiere a disgustos familiares y con las amistades? Sí... de acuerdo... Pero eso sólo será al principio. Y a cambio no tendréis que andar buscando regalitos para nadie y, sobre todo, no contribuiréis a la afirmación del sistema del dinero que domina en vuestro mundo. Lo peor, en todo caso, que os puede pasar es que os tengan por excéntricos y aguafiestas, pero también puede ocurrir que a la larga el grupo, mínimo al principio, vaya aumentando y aumentando... hasta que quizás ponga en riesgo y haga saltar por los aires el régimen del dinero que padecéis.
        Una de las principales razones por las que emigré a este planeta, norabuena, fue porque empecé a sufrir acosos, amenazas e incordios de los esbirros del capital como sospechoso de ser el organizador de una especie de pacífica célula que proclamaba estar contra el regalo.
        Pero, como digo, esta fue una de las razones; ya os iré contando...
        Saludos ragulitas.»

Fin de la transcripción.