25/8/21

"los sueños, sueños son". En las vías del tren

De chico, viviendo en la primera casa que tuvimos en Vallecas, subía a las vías del tren, que pasaba muy cerca. Lo hacía solo o con un compañero —Goyo, del Centro Gredos, 4º de bachiller— y una vecinita —¿Nati?—, que era medio novieta suya. (Una vez los sorprendí cuando ella se levantaba la falda para enseñarle las bragas). El entretenimiento era poner monedas de 10 cts. —perra gorda— sobre los raíles para que el tren las planchara, y, efectivamente, imaginaos, las dejaba como papel de fumar.
Esta noche, unos 59 años después, hemos vuelto a subir a las vías. Hemos jugado con las perras-gordas en los raíles y tras buscar las monedas despachurradas no vi a ninguno de los dos. Quizás es que lo he soñado, pensé, y ya no jugamos a eso. Y al levantar la vista y ver el tren que se alejaba los vi que, volviendo la cabeza hacia donde yo estaba me decían adiós con la mano. Iba otro con ellos, vestido de maquinista —¿Buster Keaton?—, que señalaba el nombre de la locomotora. Cuando trataba de distinguir si era La General, un pitido del tren o de algún coche me despertó.

17/8/21

"los sueños, sueños son"

Voy en el metro, vestido de soldado, probablemente de Cuatro Caminos a Atocha, y al parar en una estación intermedia veo entrar a Merceditas, compañera de la que estuve enamoriscado sin que ella, que bebía los vientos por Alain Delon, me hiciera el más mínimo caso, cuando trabajé —con 15, 16 años— en una zapatería de la calle Hortaleza. Empujada por quienes entran detrás se viene de frente hacia mí, que voy apoyado con la espalda en la puerta opuesta, y pega su boca a la mía. En un momento se separa y susurra: "Siempre me gustaste, idiota". La puerta en la que me apoyo se abre y caemos los dos, abrazados, a la vía. No nos pasa nada porque en ese momento... me despierto. Si no me llego a despertar podría haber pasado un tren en sentido contrario y... pabernos matao.
El sueño tiene una base real. Hasta llegar a "pega su boca a la mía", que ya es puro sueño, son hechos. Lo que ocurrió tras entrar ella en el vagón, quedándose de frente y cerca de mí, es que nos reconocimos —estoy seguro de que ella me reconoció—, pero ni ella dijo nada ni yo, bobo o tímido, tampoco.

10/8/21

Recuerdo infantil. Vencejos

                   De casa de abuela, un niño,
                   hoy ya en el tiempo perdido,
                   con el vecino Santiago
                   y Julio, amigo del niño,
                   a cazar vencejos van
                   al arrabal de la Gata,
                   a charcas del Amarguillo.

                   Alambres a ras del agua
                   cruzan la escasa del río.
                   Eran las trampas en que aves,
                   con su trajinar continuo,
                   al perseguir los mosquitos
                   —vuelan con la boca abierta,
                   durante el vuelo dormitan—,
                   tropezaban con el pico.

                   Santiago, el Duende apodado,
                   en un saco los metía.
                   A casa se los llevaba.
                   Nunca supe lo que hacía.

                   Al cabo de tantos años
                   es así como recuerdo
                   la crueldad de üna caza;
                   para los niños, un juego.