24/4/10

¿Habló la iglesia?: punto redondo

En efecto, la iglesia española ha hablado por boca de su portavoz el obispo Camino, arrimando el ascua a su sardina, y por lo que pueda ocurrir, me imagino, para ponerse de parte del uso del velo en la escuela. Sólo que yo, y ya que tantas veces se usa el argumento de autoridad para sancionar y hacer pasar por inatacable la opinión propia (al estilo de "Lo dijo Blas, no se hable más"), en este caso voy a darle la vuelta a la declaración del epíscopo, a convertirla en una especie de antiargumento de lo que él defiende (¿antiargumento de autoridad?): ¿lo dijo la iglesia?: pues entonces no tienen razón los del uso del velo. ¡La iglesia es mi guía!
       Por supuesto, esto no quiere decir, ni por asomo, que la tengan los mamarrachos antiinmigrantes, sedicentes políticamente incorrectos, patriotas a machamartillo, etc. que han aprovechado la ocasión para las cavernarias del tipo: "¡pues que se vayan a su país!". ¡Estúpidos!

23/4/10

Una rosa y un libro

Una rosa ya se sabe para qué: para adorno, colocada en un jarrón. ¿Y un libro? Para adorno, también, colocado en el mueble del salón o del cuarto de estar. Porque ¿cuántos de los libros que se compran se leen? No conozco cifras, pero me imagino que un porcentaje muy bajo. Un objeto, el libro, como ocurre con tantas cosas de las que se compran por mor de la publicidad —tan sutil muchas veces—, convertido en humo nada más sacado de la bolsa y colocado en la estantería. Creo que es así de triste.
       Por otra parte, la producción y publicación de libros es apabullante, la inmensísima mayor parte probablemente inútiles. Me pregunto qué pasaría si no se escribieran más: seguramente nada, dejando aparte el negocio editorial, claro; con los publicados hasta ahora ya tendríamos suficientes.

19/4/10

La cena de Vargas Llosa

Ayer publicaba Mario Vargas Llosa en El País un artículo con el título de Torear y otras maldades. Al leer el título, y como no conocía las inclinaciones taurinas de Vargas Llosa, pensé que éste consideraba las corridas una maldad y, por tanto, rechazables. Después de leer el texto, lo que pensé es que el título era irónico, pero luego me hizo dudar de la ironía —y sigo con la duda— y lo que tal vez considere es que son una maldad, pero una más entre otras y, por eso, parece creer, aceptable.
       Bien, sea lo que sea de la ironía o no del ilustre escritor, voy al contenido del artículo que es claramente taurófilo. Y lo es con los argumentos consabidos —tan caros sobre todo a intelectuales—, que no me voy a molestar en comentar, ya lo he hecho en otros posts: la langosta que también sufre cuando la cuecen; el toro que existe gracias a que hay corridas; lo bien cuidado que el animal está; la libertad de los aficionados; la ideología; la tradición; el juego de la muerte y de la vida; etc.
       ¿Y el argumento de la cultura? ¿No lo emplea don Mario? Por supuesto que sí, sólo que en una versión que yo hasta ahora desconocía, porque a la tauromaquia no le llama cultura sino (sic) "alimento espiritual". ¡Ah! ¡Qué sibilina, sugerente y retórica contraposición del autor!: langosta-alimento corporal / toros-alimento espiritual. Sólo que, por si acaso, porque no quita que algo pueda ser "alimento espiritual" para que sea una bazofia, se ha visto obligado a hacer la trampa de poner al mismo nivel de calidad alimenticia espiritual, por un lado los toros y, por otro, "un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo". Pero dejemos aparte de una vez toda esta retórica de V. L..
       Lo que me puso los pelos como escarpias fue el último de los argumentos (dicho sea lo de "último" en los sentidos de que es el último que emplea y en el de lo nunca visto: ¡lo último en moda taurina!): "Prohibir los toros [...] reorientará la violencia empozada [lindo esto de la "violencia empozada"] en nuestra condición hacia formas más crudas y vulgares, y acaso nuestro prójimo". Esta última frase no la entiendo muy bien: supongo que se trata de una errata de imprenta y quiere decir algo como "y acaso contra nuestro prójimo". Y prosigue V. L., ironizando: "En efecto, ¿para qué encarnizarse contra los toros si es mucho más excitante hacerlo con los bípedos de carne y hueso que, además, chillan cuando sufren y no suelen tener cuernos?". Es lo que podríamos llamar los toros como homeopatía: si no fuera por las cuchilladas que recibe el toro nos las daríamos cada dos por tres entre prójimos, debido a esa "violencia empozada", como, según sabe todo el mundo, ocurre en sitios donde no hay corridas de toros: he ahí el origen de la violencia; por lo tanto, leña al mono... digo al toro.

P. S. El argumento de la langosta implica que si usted, al mismo tiempo que critica las corridas de toros, no presenta una enmienda a la totalidad a fin de evitar cualquier sufrimiento a cualquier animal, es usted un hipócrita y, por ende, no puede tener usted razón porque lo de menos es lo que usted diga: lo que importa es lo que usted sea; una clarividente forma de razonar de nuestro intelectual escritor.

17/4/10

Fruta del tiempo (4)

(A. Machado. En abril, las aguas mil, en Campos de Castilla, CV)

                                           Son de abril las aguas mil.
                                       Sopla el viento achubascado,
                                       y entre nublado y nublado
                                       hay trozos de cielo añil.
                                           Agua y sol. El iris brilla.
                                       En una nube lejana,
                                       zigzaguea
                                       una centella amarilla.
                                       La lluvia da en la ventana
                                       y el cristal repiquetea.
                                           A través de la neblina
                                       que forma la lluvia fina,
                                       se divisa un prado verde,
                                       y un encinar se esfumina,
                                       y una sierra gris se pierde.
                                           Los hilos del aguacero
                                       sesgan las nacientes frondas,
                                       y agitan las turbias ondas
                                       en el remanso del Duero.
                                           Lloviendo está en los habares
                                        y en las pardas sementeras;
                                        hay sol en los encinares,
                                        charcos por las carreteras.
                                            Lluvia y sol. Ya se oscurece
                                        el campo, ya se ilumina;
                                        allí un cerro desaparece,
                                        allá surge una colina.
                                            Ya son claros, ya sombríos
                                        los dispersos caseríos,
                                        los lejanos torreones.
                                            Hacia la sierra plomiza
                                        van rodando en pelotones
                                        nubes de guata y ceniza.

4/4/10

«¿Quién nos removerá la piedra del sepulcro?»

(Marcos, 16, 3)

¡Qué duda cabe de que la resurrección del Cristo es el milagro por antonomasia y, por tanto, el triunfo, también por excelencia, sobre la realidad! Porque ¿qué realidad más establecida que la de la muerte? ("la imposible al amor y siempre amada". A. Machado en Muerte de Abel Martín).
       'Pascua': etim. = 'paso', 'tránsito', en referencia a la celebración hebrea de la libertad del cautiverio en Egipto. El cristianismo adoptó el término para designar la Pascua de la resurrección de Jesús, aludiendo al tránsito a la vida desde la muerte, en un intento de consolarnos del miedo de ésta. Pero, abandonado el mito, u obtusamente reducido a "cosas de los creyentes" —¡y hasta a cultura e historia!—, ¿quién nos removerá la piedra de la realidad?

2/4/10

Fruta del tiempo (3)

[…]
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!


(A. Machado en Campos de Castilla)

Me pregunto, a la vista de las procesiones televisivas de estas fechas (Teleaguirre es muy dada a ello para satisfacer —e inducir— una supuesta devoción de las masas madrileñas, al tiempo que se hace lo mismo con el turismo, ¿y se apoya también el

Hecho Cultural

porque en esto ha devenido la religión?), cuántos de los asistentes, contando turistas más o menos japoneses o venidos de otras regiones fuera de la de Madrid, entienden o recuerdan ni por asomo lo que se conmemora, que no es nada más (ni nada menos) que la muerte y resurrección del Verbo, aquél que apenas hace unos meses se había, una vez más, hecho carne.
       Me pregunto cuántos, fuera de la brillantez de hábitos, caperuzas, carrozas, trompeteos y canciones, admiración por el esfuerzo de los costaleros, apuros que pasan estos para el transporte —¡cuantos más apuros, más admiración despiertan!—, etc., cuántos, fuera de este carnaval, recuerdan el mandato de Jesús: «No lloréis por mí; llorad por vosotros y por vuestros hijos»

1/4/10

Placidez

Días plácidos los de estas pascuas. Siempre me lo han parecido. Días ideales para el dolce far niente, para la caminata tranquila, para la agradable sensación de no tener obligaciones. La tranquilidad viene, sobre todo, como no podía ser de otra manera, por la ciudad semivacía de coches y por la disminución del tráfico de los que se quedan, consecuencia a su vez del cierre de muchos trabajos, tiendas, etc.

Pero, y que Bécquer me perdone por el expolio:
  
                Volverán los latosos automóviles
                  por tu calle sus rüidos a cascar,
                  y otra vez con la peste a tus narices
                         atufando llegarán.

                  Pero aquellos que en el 'puente' se chocaron,
                  otro accidente y muerto al contemplar,
                  aquellos que tu cara vieron, ¡Parca!...
                         ¡ésos... no volverán!

(Variación sobre las dos primeras estrofas de la rima LIII)