11/10/08

La dignificación por el Trabajo

Con motivo del proyecto
del alcalde de Madrid, en el que según creo anda también una concejal, la pringosa idea El Trabajo dignifica a la persona ha vuelto a asomar la cabeza, traída por quienes, seguramente sin saber de lo que hablan, aunque hablen mucho para ver si así consiguen hacerse oír, aprovechan la mínima para poner a caldo a Gallardón (y de paso, en esta ocasión, para, por contraste y omisión, realzar a la concejal) o a cualquier político del color que sea, porque ellos “no se casan con nadie” y, además, está de moda proclamarse “políticamente incorrecto”, para así justificar cualquier estupidez o vileza que suelten y, como estos botarates gustan también de decir, “todos los políticos son iguales”.
El argumento del Alcalde para prohibir el hombre-anuncio me parece equivocado: no creo que tenga nada que ver en el asunto ni la estética ni la dignidad o, mejor dicho, la indignidad, ni creo que la labor que pretende prohibir sea indigna. Lo que quizás tendría que haber hecho, sin embargo, es regular la actividad con medidas como cobrar una especie de tasa municipal a las empresas anunciantes, que al fin y al cabo están haciendo negocio ocupando la vía pública. En cuanto al reparto de octavillas, creo que es algo que, en Madrid al menos, ya estaba prohibido (prohibición incumplida, of course), aunque no se qué argumentos se utilizaron en su día, y estoy de acuerdo con la prohibición, por dos razones: 1) suponen un auténtico agobio para el viandante —no hay más que darse una vuelta por la Gran Vía madrileña, por ejemplo, para comprobarlo—. 2) la cantidad de octavillas que acaban en el suelo son un foco de suciedad y en ocasiones un riesgo de resbalón, y no digamos cuando llueve, con la pulpa que se forma en el pavimento, escaleras del metro, etc.
Pero volviendo a lo primero: no creo que el Trabajo dignifique al hombre: éste, que yo sepa, nace con la dignidad puesta, como nace también inocente, y no tiene que lavar con el trabajo ninguna culpa innata. Lo que sí creo, naturalmente, es que igual que se puede perder la inocencia o el honor, se puede perder la dignidad con la que se nace. Por ejemplo: con ciertos trabajos.
P. D. En la edición de hoy, pág. 37, dEl País, en cita destacada a propósito de los hombres-anuncio, Savater dixit: “Me parece más denigrante [subrayado mío] que un señor viva de especular en Bolsa”. O séase que, según el periódico al menos, el trabajo de hombre anuncio al filósofo le parece “denigrante”, aunque, eso sí, menos que "especular en Bolsa".

1 comentario:

Jota Uve dijo...

TAl como estan las cosas la mayoria de los trabajos son indignos

Jesus