23/4/11

El alma y la guitarra

Una corresponsal del diario El País contaba ayer en una crónica desde Bolonia un programa televisivo grabado en el que el Papa contestaba a preguntas de oyentes.

A la corresponsal se le ve la oreja hagiográfica a lo largo de la crónica. Tiene incluso un momento cómico cuando escribe: «Es la primera vez en la milenaria historia de la Iglesia que un Papa se enfrenta a la audiencia televisiva»; como si la televisión fuera también milenaria.

La primera intervención recogida es la de una mujer que pregunta, "al lado de una cama donde yace un hombre enchufado a un respirador", "¿Santidad, dónde está el alma de mi hijo?". Y el Papa: "El alma sigue en su cuerpo. La situación se parece a la de una guitarra cuyas cuerdas estén rotas, así que no se pueden tocar. [...]. El alma no puede sonar, por así decirlo, pero sigue presente". Si no fuera por lo dramático de la situación de esa mujer y su hijo darían ganas de reír con la inepta metáfora del teólogo Ratzinger. Pero en fin, dejando la tontada de esa alma que estaría averiada como las cuerdas de una guitarra, voy a uno de los principales argumentos de la performance papal.

Que el Papa no se sale ni un momento del milenario guión de la Iglesia —al que por muy milenario que sea, el guión no yo, no me acostumbro— queda sobre todo claro cuando ante la pregunta de una niña, "¿Por qué los inocentes siguen sufriendo?", responde, con una (aparente) duda al principio de la respuesta, como queriendo tal vez presentarse cercano a la grey: "Eso mismo me pregunto yo [...], pero solo te puedo decir que algún día [¿cuándo?, preguntaría yo, ¿cuando cada uno la palme individualmente? ¿cuando la hayamos palmado todos?] entenderemos [él parece haberlo entendido ya] que hasta el sufrimiento que nos parece injusto es parte del diseño de Dios para nosotros". ¡"Que nos parece injusto", dice el tío!

Fíjense: que Elena, que así se llama la niña y vive en el Japón, hable, según la corresponsal, "de su terror por haber sentido temblar su casa, haber visto morir a muchos amigos suyos y no poder bajar a jugar al jardín por temor a las radiaciones", una tragedia mínima, por otra parte, si lo comparamos con todo lo que ha ocurrido en ese país, sólo nos tiene que parecer injusto, pero que a lo mejor no lo es —vamos que seguro que no lo es, según Ratzinger—, porque forma parte de los planes divinos para el hombre, de Su diseño, para el bien del hombre por supuesto. Es decir, también el dios del Papa y su iglesia exige sacrificios humanos como cualquier otro dios. ¡En el nombre de Cristo nuestro señor, de quien el Papa es sedicente sucesor, que el Gran Diseñador deje ya de diseñar, que cese de una vez!

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