19/4/10

La cena de Vargas Llosa

Ayer publicaba Mario Vargas Llosa en El País un artículo con el título de Torear y otras maldades. Al leer el título, y como no conocía las inclinaciones taurinas de Vargas Llosa, pensé que éste consideraba las corridas una maldad y, por tanto, rechazables. Después de leer el texto, lo que pensé es que el título era irónico, pero luego me hizo dudar de la ironía —y sigo con la duda— y lo que tal vez considere es que son una maldad, pero una más entre otras y, por eso, parece creer, aceptable.
       Bien, sea lo que sea de la ironía o no del ilustre escritor, voy al contenido del artículo que es claramente taurófilo. Y lo es con los argumentos consabidos —tan caros sobre todo a intelectuales—, que no me voy a molestar en comentar, ya lo he hecho en otros posts: la langosta que también sufre cuando la cuecen; el toro que existe gracias a que hay corridas; lo bien cuidado que el animal está; la libertad de los aficionados; la ideología; la tradición; el juego de la muerte y de la vida; etc.
       ¿Y el argumento de la cultura? ¿No lo emplea don Mario? Por supuesto que sí, sólo que en una versión que yo hasta ahora desconocía, porque a la tauromaquia no le llama cultura sino (sic) "alimento espiritual". ¡Ah! ¡Qué sibilina, sugerente y retórica contraposición del autor!: langosta-alimento corporal / toros-alimento espiritual. Sólo que, por si acaso, porque no quita que algo pueda ser "alimento espiritual" para que sea una bazofia, se ha visto obligado a hacer la trampa de poner al mismo nivel de calidad alimenticia espiritual, por un lado los toros y, por otro, "un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo". Pero dejemos aparte de una vez toda esta retórica de V. L..
       Lo que me puso los pelos como escarpias fue el último de los argumentos (dicho sea lo de "último" en los sentidos de que es el último que emplea y en el de lo nunca visto: ¡lo último en moda taurina!): "Prohibir los toros [...] reorientará la violencia empozada [lindo esto de la "violencia empozada"] en nuestra condición hacia formas más crudas y vulgares, y acaso nuestro prójimo". Esta última frase no la entiendo muy bien: supongo que se trata de una errata de imprenta y quiere decir algo como "y acaso contra nuestro prójimo". Y prosigue V. L., ironizando: "En efecto, ¿para qué encarnizarse contra los toros si es mucho más excitante hacerlo con los bípedos de carne y hueso que, además, chillan cuando sufren y no suelen tener cuernos?". Es lo que podríamos llamar los toros como homeopatía: si no fuera por las cuchilladas que recibe el toro nos las daríamos cada dos por tres entre prójimos, debido a esa "violencia empozada", como, según sabe todo el mundo, ocurre en sitios donde no hay corridas de toros: he ahí el origen de la violencia; por lo tanto, leña al mono... digo al toro.

P. S. El argumento de la langosta implica que si usted, al mismo tiempo que critica las corridas de toros, no presenta una enmienda a la totalidad a fin de evitar cualquier sufrimiento a cualquier animal, es usted un hipócrita y, por ende, no puede tener usted razón porque lo de menos es lo que usted diga: lo que importa es lo que usted sea; una clarividente forma de razonar de nuestro intelectual escritor.

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