Como las setas en los otoños, así aparecen
los que, en cada ocasión que se presenta el asunto del matrimonio entre personas del mismo sexo, se declaran partidarios de la convivencia entre homosexuales. A ellos no les importa lo que estos hagan, dicen, siempre que no se casen ni a la unión se le llame matrimonio. Ellos, siguen diciendo, son liberales y no les asustan “esas cosas”.
Pues bien, la mayor parte de los que así hablan, estoy convencido, lo hacen no tanto porque efectivamente piensen de esa manera sino como un modo de rechazar el matrimonio entre homosexuales, como diciendo en santa indignación: ¡Pues hasta ahí podíamos llegar! Pero si la cuestión de la homosexualidad se les hubiera planteado antes de que no hubiera ni siquiera proyecto de aceptar el matrimonio, habrían dejado salir la homofobia que llevan dentro —insisto: la mayor parte—.
Vamos, de hecho, esa cuestión ha estado presente a lo largo de la historia: por ejemplo, durante la dictadura, y ya demostraron los compinches de los que ahora aparecen como “tolerantes” (¿pero tolerantes de qué? ¿no se percatan de que no es una cuestión de tolerancia sino de derechos?), aunque sólo fuera con el desprecio y, en ocasiones, con la cárcel, de lo que eran capaces. ¡Farsantes! ¡Hipócritas!
Pues bien, la mayor parte de los que así hablan, estoy convencido, lo hacen no tanto porque efectivamente piensen de esa manera sino como un modo de rechazar el matrimonio entre homosexuales, como diciendo en santa indignación: ¡Pues hasta ahí podíamos llegar! Pero si la cuestión de la homosexualidad se les hubiera planteado antes de que no hubiera ni siquiera proyecto de aceptar el matrimonio, habrían dejado salir la homofobia que llevan dentro —insisto: la mayor parte—.
Vamos, de hecho, esa cuestión ha estado presente a lo largo de la historia: por ejemplo, durante la dictadura, y ya demostraron los compinches de los que ahora aparecen como “tolerantes” (¿pero tolerantes de qué? ¿no se percatan de que no es una cuestión de tolerancia sino de derechos?), aunque sólo fuera con el desprecio y, en ocasiones, con la cárcel, de lo que eran capaces. ¡Farsantes! ¡Hipócritas!
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