Hacía mucho que no me daba una vuelta por el centro de Madrid a media tarde, así es que ayer anduve callejeando, y me encontré esa zona de la capital más deteriorada que en la época en que la frecuentaba, hasta hace 3-4 años.
Lo primero que noté fue una gran cantidad de motos aparcadas en las aceras, que, digan lo que digan, quitan espacio para andar. Después, ciclistas empeñados en abrirse paso por las aceras y a quienes sólo les falta colocarse un cartel que diga: “O te apartas o te aparto”.
Al pasar por administraciones de lotería de esas famosas como Doña Francisquita o El doblete de oro, unas colas impresionantes: ya se sabe que en esos sitios se para más la suerte que en otros, y si no que se lo digan a los dueños a quienes los supersticiosos hacen de oro.
Hay calles, como la del Arenal, falsamente peatonales: aparte de que se cruzan con otras con circulación (¡cuidado al cruzar!), por ellas circulan: coches y motos policiales, furgones parapoliciales de los bancos, bicis, camión de reparto de la cerveza, camión de reparto de las gaseosas, camión de reparto del butano, camión de reparto de lo que usted quiera...
Otra cosa que me llamó la atención fue un par de ambulancias (u otros vehículos de urgencias, no sé) con la sirena a todo trapo: me parece recordarlas más moderadas, no se si es que el ruido ha ido en aumento y tratan de superarlo para que se las oiga o qué ha pasado.
En fin, un mundo exasperado, dicho sea con el título de la excelente novela de J. Á. Glez. Sainz.
P. D. En el recorrido entré en una librería Preciados-Carmen, de capital francés para más señas, en la que, al ir a pagar en una de las pocas cajas que siguen abiertas (porque las están sustituyendo por cajas automáticas, y eliminando por tanto puestos de trabajo) me encontré con la desagradable sorpresa de que han suprimido el descuento del 5% que mantenían desde que abrieron hace años.
Lo primero que noté fue una gran cantidad de motos aparcadas en las aceras, que, digan lo que digan, quitan espacio para andar. Después, ciclistas empeñados en abrirse paso por las aceras y a quienes sólo les falta colocarse un cartel que diga: “O te apartas o te aparto”.
Al pasar por administraciones de lotería de esas famosas como Doña Francisquita o El doblete de oro, unas colas impresionantes: ya se sabe que en esos sitios se para más la suerte que en otros, y si no que se lo digan a los dueños a quienes los supersticiosos hacen de oro.
Hay calles, como la del Arenal, falsamente peatonales: aparte de que se cruzan con otras con circulación (¡cuidado al cruzar!), por ellas circulan: coches y motos policiales, furgones parapoliciales de los bancos, bicis, camión de reparto de la cerveza, camión de reparto de las gaseosas, camión de reparto del butano, camión de reparto de lo que usted quiera...
Otra cosa que me llamó la atención fue un par de ambulancias (u otros vehículos de urgencias, no sé) con la sirena a todo trapo: me parece recordarlas más moderadas, no se si es que el ruido ha ido en aumento y tratan de superarlo para que se las oiga o qué ha pasado.
En fin, un mundo exasperado, dicho sea con el título de la excelente novela de J. Á. Glez. Sainz.
P. D. En el recorrido entré en una librería Preciados-Carmen, de capital francés para más señas, en la que, al ir a pagar en una de las pocas cajas que siguen abiertas (porque las están sustituyendo por cajas automáticas, y eliminando por tanto puestos de trabajo) me encontré con la desagradable sorpresa de que han suprimido el descuento del 5% que mantenían desde que abrieron hace años.
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