Al llegar al metro me doy cuenta de que no llevo la tarjeta de transporte. No puedo volver a casa, aunque no sé muy bien por qué: no tengo llave o estoy muy lejos o no encuentro la calle… ¡ni idea!, pero creo que hay un sitio por donde puedo entrar. Me pongo en marcha, no estoy seguro de si andando o en autobús, y al llegar al sitio veo gente saliendo por la emergencia del metro en medio de un bosque o parque. [En el parque de las Presillas hay una de estas salidas, quizás fuera esa]. No conozco a nadie… bueno sí, veo a Jack Lemmon subiendo, pero no por las escaleras sino por una especie de plataforma o montacargas, lleva un parche en un ojo… ¡ah, ya sé a dónde va el muy bandido!, a hacer una visita a Irma la Dulce, a darse un revolcón con ella, y me entran celos al imaginar a Shirley con el gendarme, porque eso es el del parche: un gendarme que se ha quitado el uniforme y se ha disfrazado con un parche en el ojo. De repente me veo en un túnel por el que, en dirección contraria a la que yo llevo, va andando mucha gente. Continúo por el túnel, alumbrándome con la linterna del móvil, de lo que me sorprendo porque todavía no se han inventado los móviles. Súbitamente me encuentro en el andén, en donde paso la tarjeta por una máquina que alguien había dejado allí. Decido dormir hasta que llegue un tren y así lo hago, creo, porque he llegado a la estación que reconozco como la mía. Salgo a la calle y me encuentro de bruces ante la puerta de casa: abro y entro.