De casa de abuela, un niño,
hoy ya en el tiempo perdido,
con el vecino Santiago
y Julio, amigo del niño,
a cazar vencejos van
al arrabal de la Gata,
a charcas del Amarguillo.
Alambres a ras del agua
cruzan la escasa del río.
Eran las trampas en que aves,
con su trajinar continuo,
al perseguir los mosquitos
—vuelan con la boca abierta,
durante el vuelo dormitan—,
tropezaban con el pico.
Santiago, el Duende apodado,
en un saco los metía.
A casa se los llevaba.
Nunca supe lo que hacía.
Al cabo de tantos años
es así como recuerdo
la crueldad de üna caza;
para los niños, un juego.
hoy ya en el tiempo perdido,
con el vecino Santiago
y Julio, amigo del niño,
a cazar vencejos van
al arrabal de la Gata,
a charcas del Amarguillo.
Alambres a ras del agua
cruzan la escasa del río.
Eran las trampas en que aves,
con su trajinar continuo,
al perseguir los mosquitos
—vuelan con la boca abierta,
durante el vuelo dormitan—,
tropezaban con el pico.
Santiago, el Duende apodado,
en un saco los metía.
A casa se los llevaba.
Nunca supe lo que hacía.
Al cabo de tantos años
es así como recuerdo
la crueldad de üna caza;
para los niños, un juego.
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