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¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
(A. Machado en Campos de Castilla)
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
(A. Machado en Campos de Castilla)
Me pregunto, a la vista de las procesiones televisivas de estas fechas (Teleaguirre es muy dada a ello para satisfacer —e inducir— una supuesta devoción de las masas madrileñas, al tiempo que se hace lo mismo con el turismo, ¿y se apoya también el
Hecho Cultural
porque en esto ha devenido la religión?), cuántos de los asistentes, contando turistas más o menos japoneses o venidos de otras regiones fuera de la de Madrid, entienden o recuerdan ni por asomo lo que se conmemora, que no es nada más (ni nada menos) que la muerte y resurrección del Verbo, aquél que apenas hace unos meses se había, una vez más, hecho carne.
Me pregunto cuántos, fuera de la brillantez de hábitos, caperuzas, carrozas, trompeteos y canciones, admiración por el esfuerzo de los costaleros, apuros que pasan estos para el transporte —¡cuantos más apuros, más admiración despiertan!—, etc., cuántos, fuera de este carnaval, recuerdan el mandato de Jesús: «No lloréis por mí; llorad por vosotros y por vuestros hijos»
Me pregunto cuántos, fuera de la brillantez de hábitos, caperuzas, carrozas, trompeteos y canciones, admiración por el esfuerzo de los costaleros, apuros que pasan estos para el transporte —¡cuantos más apuros, más admiración despiertan!—, etc., cuántos, fuera de este carnaval, recuerdan el mandato de Jesús: «No lloréis por mí; llorad por vosotros y por vuestros hijos»
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