A Zeus robó Prometeo,
según cuenta el mito, el fuego
escondido en una caña.
"¿Qué has hecho, insensato, Adán?",
dice el dios con voz tonante,
"¿Qué escondes en la laringe,
que por bulto de la nuez
se revela? ¿No será,
acaso, que la palabra,
el lenguaje, me has robado?".
"¡¿Cómo que 'Adán', padre Zeus!?
¡¿Me tomas por el hebreo
primero en el paraíso?!
¡Mas soy el titán Prometeo!".
"No hace falta que te pongas
estupendo, que tanto das
tú, tiquismiquis, como Adán.
Igual, lenguaje que fuego.
Lo mismo, caña que laringe.
Tanto da nuez o manzana.
Y puestos a dar lo mismo,
igual Yavé que Jehová;
lo mismo, Dios que Deus
y hasta el que te habla, Zeus.
Por cierto, por tu osadía
tienes don de la palabra,
que a mí mismo te asemeja,
según de la bicha promesa,
sales de condición animal,
mas pagarás el precio cierto
de saber que eres mortal".
No evitó el robo Dios/Yavé,
pero, algún siglo después,
tomó duras represalias
con la torre de Babel.
Temiendo, seguramente,
celoso quizás también,
del poder de la palabra
en manos del hombre aquel,
dio en confundir la lengua
y así dividir su poder.