"Era Mairena —no obstante su apariencia seráfica—
hombre, en el fondo, de malísimas pulgas. A veces recibió la visita airada de algún padre de familia que se quejaba, no del suspenso adjudicado a su hijo, sino de la poca seriedad del examen. [...]
—¿Le basta a usted ver a un niño para suspenderlo? —decía el visitante, abriendo los brazos con ademán irónico de asombro admirativo.
Mairena, rojo de cólera y golpeando el suelo con el bastón, contestaba:
—¡Me basta ver a su padre!"
(Antonio Machado, Juan de Mairena, XVII)
—¿Le basta a usted ver a un niño para suspenderlo? —decía el visitante, abriendo los brazos con ademán irónico de asombro admirativo.
Mairena, rojo de cólera y golpeando el suelo con el bastón, contestaba:
—¡Me basta ver a su padre!"
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