Con los catorce versos que copio empieza el extenso poema —unos 500 versos— de Agustín García Calvo (1926-2012) titulado Cantar de las dos torres, publicado en 2008, dedicado a lo que es fácil de imaginar, sobre todo hoy.
«Canta, diosa, la Fe de los hombres hijos de muerte,
Fe que alzaba a los cielos altivas torres a veces
y a veces las arrumbaba por tierra, y di de qué suerte,
siendo una y misma la Fe, guerreaban como si fuesen
una con otra. Y ¿cuál era, di, aunque sea el de siempre,
el tiempo del choque tremendo? Que avino al cabo de veinte
siglos de andar por acá rodando el Verbo y de trece
que huyó de la ley el Profeta. A fin de ser diferentes,
partido tenían el mundo en harturas y en escaseces,
dos modos que tiene la misma miseria de aparecerse:
los unos creían en un porvenir de huríes celestes
y en tanto cubrían de velo la cara de sus mujeres;
los otros ponían "Fiamos en Dios" por marca y membrete
justo en la cara del Dios uno y mil de su cuño y troqueles.
[…]»
Fe que alzaba a los cielos altivas torres a veces
y a veces las arrumbaba por tierra, y di de qué suerte,
siendo una y misma la Fe, guerreaban como si fuesen
una con otra. Y ¿cuál era, di, aunque sea el de siempre,
el tiempo del choque tremendo? Que avino al cabo de veinte
siglos de andar por acá rodando el Verbo y de trece
que huyó de la ley el Profeta. A fin de ser diferentes,
partido tenían el mundo en harturas y en escaseces,
dos modos que tiene la misma miseria de aparecerse:
los unos creían en un porvenir de huríes celestes
y en tanto cubrían de velo la cara de sus mujeres;
los otros ponían "Fiamos en Dios" por marca y membrete
justo en la cara del Dios uno y mil de su cuño y troqueles.
[…]»
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