Trata hoy Javier Marías en su artículo semanal —Recuerden que no somos máquinas— el asunto de la sobrexplotación de los trabajadores en general, entendido el genitivo 'de los' como genitivo objetivo, claro está, —largas jornadas, para quienes tienen trabajo— y de los deportistas e incluso escritores —él respira por la herida— en particular. Los deportistas, jugando sin descanso este o el otro torneo, y los escritores —él al menos, deduzco—, a quienes apenas si han terminado de publicar un libro y ya les están preguntando sobre su próximo proyecto.
Pero echo en falta en el artículo de Marías —en términos generales estoy de acuerdo con él— la crítica de lo que pudiéramos llamar la otra pata de la tenaza de la explotación: el consumo. En efecto, al fenómeno de la explotación del trabajador en la producción de inutilidades le corresponde el del consumo de esas inutilidades, promocionadas con la apabullante, y a su vez, explotadora publicidad.
Veo con asombro, ateniéndome al aspecto de lo deportivo, cómo hay masas de individuos —valga, dicho sea de paso, la redundancia entre 'masa' e 'individuo'— que consumen partidos y encuentros deportivos por televisión sin cuento: yo, que no soy aficionado a ningún deporte, siempre que veo, sin poderlo evitar, que están echando por la televisión un partido de tenis, por ejemplo, entro en la sospecha de que es el mismo de ayer o de hace un año o de hace... y que están jugando el mismo partido desde que se inventó tal juego.
También me asombra, por tratar el otro tema de J. M. en su comentario, que se puedan leer —consumir— tantos libros como se publican, y sospecho que una gran parte de la que se compra se queda sin leer.
Ni que decir tiene que, por regla general, cada ciudadano es víctima de una doble explotación: como productor, por necesidad, muchas veces de chorradas, y consumidor espoleado en una gran parte por la publicidad.
Por cierto, por si no lo he escrito ya suficientes veces:
Pero echo en falta en el artículo de Marías —en términos generales estoy de acuerdo con él— la crítica de lo que pudiéramos llamar la otra pata de la tenaza de la explotación: el consumo. En efecto, al fenómeno de la explotación del trabajador en la producción de inutilidades le corresponde el del consumo de esas inutilidades, promocionadas con la apabullante, y a su vez, explotadora publicidad.
Veo con asombro, ateniéndome al aspecto de lo deportivo, cómo hay masas de individuos —valga, dicho sea de paso, la redundancia entre 'masa' e 'individuo'— que consumen partidos y encuentros deportivos por televisión sin cuento: yo, que no soy aficionado a ningún deporte, siempre que veo, sin poderlo evitar, que están echando por la televisión un partido de tenis, por ejemplo, entro en la sospecha de que es el mismo de ayer o de hace un año o de hace... y que están jugando el mismo partido desde que se inventó tal juego.
También me asombra, por tratar el otro tema de J. M. en su comentario, que se puedan leer —consumir— tantos libros como se publican, y sospecho que una gran parte de la que se compra se queda sin leer.
Ni que decir tiene que, por regla general, cada ciudadano es víctima de una doble explotación: como productor, por necesidad, muchas veces de chorradas, y consumidor espoleado en una gran parte por la publicidad.
Por cierto, por si no lo he escrito ya suficientes veces:
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