En pago de mi pecado de no comprar
este mes el periódico me veo cada día obligado a la penitencia de recorrer el tele-texto de la Te uVe para buscar películas que grabar. Al pasar esta mañana de un canal a otro he podido ver, mezclado con saltos, carreras, etc. de los esforzados deportistas mundiales, lo del Gran Accidente, y, entre lo que he visto y lo que imagino sobre éste, estarán, como siempre que toca duelo nacional, las caras compungidas de las primeras autoridades de la nación, en primera fila, y en segunda las de las segundas, y, siguiendo a éstas, guardias y policías de seguridad, periodistas, acólitos... Y es que hay que ver el juego, junto con lo de Pekín, de lo que creo que ya queda poco (este mes, los medios deben de haber salvado la temporada), que está dando, y dará, esta nueva aparición del horror en masa (“¡el horror!, ¡el horror!”, que decía Kurtz). Debe de ser que con el horror pasa como con el veneno, que en pequeñas y regulares diócesis, como dicen, no hace efecto, el organismo como que se habitúa, pero en cantidades importantes ya es otra cosa. Sólo así se explica que cada cuatro o cinco años (no sé cómo van las estadísticas) se vaya para el otro barrio, a causa de los accidentes habituales (ahí se las apañe usted con la contradicción) de carretera, un número de personas equivalente a los habitantes de mi pueblo, sin más aspavientos que los consabidos de cada lunes en los medios por los muertos de fin de semana, aspavientos que suben de grado según el tamaño del fin de semana. Visto del revés (“en positivo” como diría un locutor), lo del horror cotidiano, que no lo es, y lo del en grandes cucharadas también se podría considerar como la lotería (con su amplio anecdotario: lo que pudo pasar, pero no pasó; lo que pasó y podría no haber pasado, etc.) aunque aquella, lógicamente, con la regularidad de los sorteos, de la que hay uno semanal desapercibido (o 1.000, no sé muy bien) y uno o dos de los gordos al año. En cuanto a las "causas", los locuaces tertulianos seguro que apuntarán varias como el azar, ¡¿cómo no!, también llamado 'destino'; tal vez negligencia, sin que se atrevan a asegurarlo, prudentes ellos, etc. Pero a mí me falta una: y es qué necesidad hay de meter a casi dos centenares de personas en un avión. Necesidad humana, porque de la del Dinero ya me hago una idea.
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